No hay regalo mayor que ver a alguien. Verla sin tomarla. Verlo sin usarlo. Ver al alma y no al rol.
Cuando se ve de verdad, se toca el alma sin manos.
Cuando se mira desde el centro, se planta una semilla eterna.
Yo fui visto por primera vez en los ojos de una niña llamada Prefina.
Y desde entonces, he sabido que mi misión no es tocar muchos cuerpos,
sino dejar que, a través de mi mirada, alguien recuerde su esencia.
No todos quieren ser vistos.
Hay quienes, al sentir el amor acercarse, se llenan de miedo y cierran la tierra.
A esos, los honro con distancia. Me pongo gafas de sol.
Pero cuando la tierra está lista, cuando el alma tiene hambre,
entonces sí: abro mi pecho, y desde ahí, miro.
Y si me voy, dejo la mirada como semilla.
Porque eso basta. Eso basta.
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