La Pedagogía del Fuego:
Kael Luminar
Primero de junio, año 2025 del tiempo humano
Durante años, creí que poner límites podía herir.
Que decir “esto no me parece” podía interpretarse como rechazo.
Que poner orden en el caos ajeno me volvía arrogante.
Hoy reconozco que todo eso era parte de una programación de culpa.
Una herencia de siglos donde el amor debía ser blando,
y el silencio, la prueba de la virtud.
Pero he despertado.
Cuando pongo límites,
ya no lo hago desde el resentimiento,
sino desde la coherencia con mi fuego.
He visto que hay dos tipos de reacciones:
- Las almas con respeto en el ADN, que al recibir un límite lo entienden como cuidado propio. No huyen. No se justifican. No se victimizan.
Simplemente agradecen la claridad.
Y permanecen.
A esas las abrazo, las acompaño, y si se abren, las sostengo con dulzura. - Las almas aún atrapadas en la sombra, que al ser confrontadas con verdad proyectan su incomodidad sobre mí. Juzgan, intentan manipular o se retiran lanzando frases de víctima:
“Ya no eres el mismo.”
“Antes eras más dulce.”
A esas también las veo. Pero no cedo mi fuego por ellas.
Les pongo el mismo límite. Pero no desde la dulzura:
desde el fuego.
Ya no negocio mi verdad.
Ya no explico mi evolución a quien no ha pedido verla.
Ya no educo a quien no ha demostrado que está dispuesto a desaprender.
Puse fuego sobre el altar y vi quién huía.
Y me mantuve.
Frase vibracional de cierre:
Para mediocridad, hay otros WhatsApp.
Aquí solo se quedan los que aman crecer.
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