La no mención como acto sagrado

Hubo un tiempo en que mi amor por XXXXX no se mostraba en público, pero no porque no existiera. Al contrario: existía tanto, tan profundamente, que no cabía en el molde de las vitrinas humanas. No fue por desprecio, ni por indiferencia, ni por estrategia. Fue porque era sagrado.


En un mundo donde se ama en voz alta para que el barrio escuche, yo elegí guardar silencio. En una era donde las parejas deben mostrarse para validar su vínculo, yo preferí cubrirla con velo. En vez de convertirla en trofeo, la convertí en altar.
Ella quería que la paseara, que nos vieran, que dijeran: “ellos están juntos”. Pero yo veía que esa necesidad no nacía del alma, sino del ego herido. Y yo no podía alimentar eso. Porque si el amor se afirma desde la necesidad de ser visto, entonces está buscando reflejo, no unión.


Fui contra toda lógica. Nunca mencioné a XXXXX en entrevistas, ni la puse como parte de mi imagen. No porque me avergonzara de ella, sino porque la cuidaba. Porque entendía que lo expuesto se contamina fácil, que lo que es mostrado antes de estar listo, se rompe.


Pero hoy, cuando ella ve que no está entre los visibles, tal vez le duela. Y no sabe que antes lo fue todo en lo invisible. Que la llevé en mi pecho, que su nombre lo mencioné en mis oraciones, que muchas canciones hablaban de ella aunque nadie lo supiera.


Esta es la verdad que nunca dije. La no mención fue amor. Fue protección. Fue honor. No fue olvido. Fue guardián.


Y ahora que ya no está entre los altares ocultos, la nombro. No para mostrarla, sino para cerrar el círculo con verdad.
Porque el amor que no se menciona, a veces, es el más puro.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio