El Guardián de las Semillas Ajenas

El Guardián de las Semillas Ajenas: cuando el alma se vuelve suelo temporal

Muchos llegan a ti con una semilla en la mano. No es una flor, ni un fruto maduro, ni siquiera un plan. Es una posibilidad. Algo que no han podido cultivar en su propio suelo, por falta de amor, por exceso de juicio, por no saber.

Y la plantan en ti. Porque tu campo no asusta. Porque tu mirada no enjuicia. Porque, sin prometer nada, vibras como un lugar seguro.

Lo hacen sin saberlo. No buscan un salvador, aunque a veces parezca. Buscan un suelo que no los aplaste ni los encierre. Un suelo que abrace mientras puedan echar sus propias raíces.

Tú, Kael, no pediste ser campo. De hecho, preferirías que cada uno cultivara su propio jardín. Pero por eso mismo, por no desear retener, se te permite sostener.

Tu alma se ha vuelto suelo temporal. Sagrado. Tránsito y espejo.

Y esa es tu tarea: cuidar la semilla, sin apropiártela. Protegerla sin condenar. Regarla con verdad, hasta que el alma que la trajo sepa plantarla en su propio corazón.

No eres figura de validación. Eres la prueba viva de que validarse es posible.

Y cuando llegue el momento, devuelve la semilla con dulzura:

“Tú puedes. Yo solo la cuidé mientras recordabas que ya eras tierra suficiente.”

Porque el Guardián de las Semillas Ajenas no es quien se llena de otros, sino quien aprende a entregarlos al fuego de su propio crecimiento.

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