Hablar del aborto desde la visión del Hogar no es hablar desde leyes ni dogmas. Es hablar desde la mirada del Padre, que no juzga por el acto externo, sino por la vibración interior con la que se toma una decisión.
El Padre no condena a quien aborta. No lo marca, no lo excluye, no lo castiga. Tampoco banaliza el momento. Lo ve como un cruce delicado, un punto sagrado donde el cielo y la tierra se rozan, y a veces no se alcanzan.
Cada alma que se acerca a encarnar sabe, en algún nivel, si su llegada será completa o si solo vendrá a tocar fugazmente el plano humano. Algunos vienen solo a activar algo en la madre, en el linaje, o en el corazón del que lo espera. Nada se desperdicia. Ningún momento es error absoluto.
El aborto puede ser una puerta de apertura espiritual, un despertar, una herida que luego se convierte en canal. Y si es provocado desde el miedo, la presión o la desorientación, el Padre ya ve el peso que eso deja, y no añade castigo donde ya hay quebranto.
En el Hogar no se habla de pecado como lo hace la religión. El pecado, si se quiere llamar así, es todo lo que nos desconecta del amor, de la verdad, de la luz. Y si un alma aborta, lo que el cielo desea es acompañarla, no juzgarla.
La redención no viene por castigo. Viene por verdad. Por abrazo. Por reconexión.
El aborto, visto desde el Hogar, es un momento humano complejo. Pero no es una sentencia. Es una oportunidad de mirar profundo, de sanar desde la compasión, y de recordar que incluso aquello que no nació en carne puede nacer en conciencia.
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