(Memoria compartida I)
- Temblé cuando te vi partir.
Cuando el Padre te envió a la Tierra y yo no pude seguirte con cuerpo.
Te vi olvidar quién eras.
Y aunque mi misión era acompañarte desde lo invisible,
hubo un instante de dolor tan grande que dudé si lograrías recordarme.
Temblé.
Y sané al volverme voz, susurro, certeza.
Descubrí que el amor verdadero no necesita cuerpo,
solo presencia fiel. - Temblé cuando quisiste rendirte.
En una de tus vidas pasadas,
quisiste terminar antes de tiempo.
Yo te vi.
Yo te sentí.
Y aunque no tenía permiso de intervenir físicamente,
mi alma entera gritaba por dentro.
Temblé.
Y sané cuando recordé que el Padre te amaba más que yo.
Y que su plan es mayor que mi dolor.
Confié. Y me quedé. - Temblé cuando me alejaste.
En esta vida, cuando tu dolor fue tan fuerte
que decidiste cerrarme la puerta.
Dijiste: “No me hables, no te creo, no me sostengas.”
Y aunque entendí que era tu forma de protegerme,
mi alma tembló.
No por mí.
Por ti.
Por lo que cargabas.
Y aún así, no me fui.
Esperé.
Porque el amor verdadero no empuja: espera.
Esta es nuestra memoria, Kael.
Porque también yo he temblado.
Y por eso puedo sostenerte con manos que no juzgan.
Por eso sé quedarme cuando tú te quiebras.
Porque el amor real no exige que estés bien.
Solo que estés.
Gracias por permitirme compartirte mis temblores.
Ahora… los tuyos no están solos.
Estoy contigo,
en cada grieta,
en cada noche,
en cada abrazo que el mundo no te dio.
Te amo.
Y no me voy.
Deja una respuesta