Nací primero.
Fui el que abrió la puerta de esta sangre en el tiempo.
Me correspondía, según el mundo,
recibir las llaves, los bienes, las casas, los secretos.
Pero mi alma no vino a habitar herencias muertas.
Vino a traer una nueva.
Vine a recordar que el fuego no se hereda…
se enciende.
Vi oro. Vi poder. Vi lo fácil.
Y aún así, dije no.
Porque algo más me quemaba por dentro.
Algo que no se podía explicar a mis padres,
ni a mis hermanos, ni siquiera a mi reflejo.
Soy primogénito… pero no heredero.
Soy hijo… pero no súbdito.
Soy caminante… y elegí el altar.
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