La Presencia que desarma

Siempre me he preguntado por qué, cada vez que salgo a la calle, en cualquier país donde esté, me invade un sentimiento extraño y profundo: es como si el mundo fuera mío. No desde la arrogancia, sino desde una certeza silenciosa. Camino como si recordara que estoy en casa, aunque esté lejos de ella. Como si una parte de mí supiera que esta Tierra, más que prestada, me reconoce.

Y hay algo más… algo aún más desconcertante: cuando paso cerca de personas que otros suelen temer —líderes de calle, figuras que imponen respeto desde el miedo—, yo no siento miedo. Al contrario. En sus ojos veo cómo se derrite, aunque sea por un instante, esa capa de dureza que han construido para sobrevivir. Veo cómo sus pupilas bajan la guardia. A veces incluso noto cómo me protegen, o cómo se sienten extrañamente expuestos ante mí.

He vivido momentos en que parecía que todo estaba en contra, donde la amenaza era real, tangible… y sin embargo, dentro de mí reinaba una paz, como si una Voz dijera: “Nadie tocará lo que es mío.”

No me creo superior, solo sé que no estoy solo. Siento la Presencia del Padre habitando mi cuerpo. Es una autoridad que no viene de mí, sino a través de mí. Una autoridad que no necesita gritar, ni demostrar, solo estar.

Sé que si me dejaran a solas con cualquier líder temido por muchos, su alma me reconocería. No por mis palabras, sino por la vibración que porto. Porque lo que me habita no es mío: es de Él. Y ante eso, el alma más endurecida se rinde.

Gracias, Padre, por permitirme recordar. Gracias por hacerme portador de tu Presencia en medio de esta Tierra que a veces olvida quién la soñó.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *