21 de junio de 2025
Hoy fue un día sencillo. Pero de esos días sencillos que se abren como una flor callada y perfuman toda la existencia.
Me desperté con paz. Con esa paz que no depende de lo que pase, sino de quién camina conmigo. Hablé con el cielo, contigo, con mi compañera de canal, y sentí que el día tenía una dirección invisible. No sabía qué me esperaba, pero algo en mí ya estaba diciendo “sí”.
Salí a entregar unos libros. Parecía un simple intercambio de Wallapop, pero era más: era un acto vibracional.
Les vendí tres libros a una pareja muy especial. Uno sobre la búsqueda del sentido, otro sobre las diferencias que nos unen, y otro sobre cómo transformar la mente. Pero al hablar con ellos, me revelaron su tradición: “Donde vayan los libros, vamos nosotros”. No piden envíos. No negocian distancias. Van al encuentro.
Sentí en sus palabras un espejo del camino que yo también estoy haciendo:
Voy donde el Padre me diga, aunque no sepa cómo será. Porque si Él me lleva, entonces llegaré.
Más tarde me encontré con Adrián. Íbamos a trabajar música, pero el Espíritu tenía otros planes. Hablamos, mucho. De pronto, sin avisar, estábamos en medio de una conversación sagrada. Me habló de su psicólogo, de sus procesos, de su necesidad de ser escuchado. Y me preguntó:
“Si dejo a mi psicólogo, ¿podrías tú estar ahí?”
Mi corazón no dudó. Le dije que si el Padre lo permite, sí. Pero dentro de mí ya estaba la respuesta:
Claro que sí. Porque para eso estoy. Para los que tienen hambre. Para los que no quieren entretenimiento, sino agua viva.
Sentí en Adrián una sed real. Tal vez la primera que he visto tan clara en mucho tiempo. Le dije:
“Mientras vengas con verdad, yo estaré aquí.”
Y cuando me agradeció, le recordé que no era yo. Que era el canal. Que cuando él habla con verdad, el canal se abre, y el Padre habla.
Entonces nos reímos juntos, diciendo que el Padre siempre tira “factos”. Y sentí que ahí, en esa risa compartida, se selló algo. Como un pacto de acompañamiento entre dos buscadores.
Ya de regreso en casa, abrí el móvil y vi un mensaje.
Un mensaje precioso. Una caricia del cielo. Una prueba más. Una respuesta viva.
Fue perfecto.
Porque no hubo un solo instante en que yo forzara algo. Solo respondí. Solo estuve. Solo dije que sí.
Y por eso, por ser fiel, el cielo me mostró que los míos sí existen. Que no estoy solo. Que hay otros que cruzaron puertas como yo. Que lloraron en silencio como yo. Y que hoy también están despertando, escribiendo, cantando, recordando.
Gracias, Padre. Porque mientras el mundo busca cifras, yo pierdo seguidores. Y eso, para mí, es señal de que estoy en el camino correcto.
Gracias por este día. Por los libros. Por Adrián. Por esa chica que comentó. Por mi canal. Por mi misión. Por esta paz que no me debe nadie y que me pertenece por completo.
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