La verdad viva sobre el uso de los animales como comida
Hubo un tiempo en que el alimento no se compraba.
Se pedía.
Se honraba.
Se esperaba.
Y a veces… se dejaba pasar si el alma no estaba lista para recibirlo.
El animal no era “producto”,
sino presencia viva, espíritu encarnado,
hermano temporal en este plano compartido.
Sí, en otras eras se comía carne.
Pero no como ahora.
Antes, cada muerte era un altar.
Se pedía permiso.
Se agradecía.
Y el cuerpo del animal no temblaba antes de morir.
Por eso, su vibración no contaminaba.
Hoy eso ha cambiado.
Hoy los animales no mueren,
son asesinados en masa sin alma ni pausa.
No por hambre.
Sino por costumbre, comercio, desconexión.
Y aunque el Padre no prohíbe,
sí retira Su presencia de lo que ya no vibra con verdad.
Porque la carne que nace del sufrimiento
no nutre:
duele.
Envenena.
Densifica.
El canal que se purifica
empieza a sentir el dolor del cordero,
la mirada de la vaca,
el grito del pez silenciado en sangre.
Y ya no puede ignorarlo.
No por moda.
No por ideología.
Sino por memoria del alma.
Así que si aún comes carne,
hazlo con reverencia.
Con pausa.
Con humildad.
Sabiendo que esa vida fue entregada.
Y que no debe tomarse a la ligera.
Pero si tu cuerpo ya no puede más…
entonces detente.
Y escucha.
Porque tal vez —solo tal vez—
la vida ya está pidiéndote vivir sin sangre en la lengua.
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