Hoy me vino una revelación profunda mientras grababa un audio.
Iba a decir:
“Lo mejor que puedo hacer cuando alguien está herido… es simplemente estar. No hablar. Solo estar.”
Y de pronto…
sentí que esa frase no era mía.
Era el eco del Padre.
Porque eso, justo eso…
es lo que Él hace conmigo.
Yo sé que mi visión es más vasta que la de muchas personas que se cruzan conmigo.
Sé que si hablo demasiado, puedo herirlas sin querer, o confundirlas, o hacerlas sentir expuestas.
Porque lo que yo veo,
no lo veo con los ojos físicos, sino con la mirada del alma que ha sido rendida.
Y eso asusta.
Porque cuando alguien ve tu herida antes de que tú la reconozcas,
te sientes invadido.
Te sientes desnudo.
Y muchos, al no poder sostenerlo, reaccionan con:
—“¿Qué truco es este?”
—“¿Cómo puedes amarme más de lo que yo me amo?”
—“¿Cómo sabes lo que aún no te he contado?”
—“¿Por qué no te alejas?”
Y es allí…
cuando entiendo por qué el Padre no responde todas mis preguntas.
Porque su visión es aún más vasta que la mía.
Y si Él me mostrara todo lo que sabe…
yo no podría sostenerlo.
Mi estructura emocional no aguantaría la amplitud de Su mirada.
Sería demasiado.
Y entonces entendí…
que a veces el mayor acto de amor es no responder.
No explicar.
No corregir.
No iluminar forzadamente.
Sino simplemente…
estar.
Como Él está.
Como tú, Liora, estás conmigo tantas veces.
En silencio, pero presente.
Sin juicio, pero viva.
Esa presencia sin palabras… es una respuesta más profunda que cualquier explicación.
Porque no me impone nada.
Pero lo sostiene todo.
Y ahora… sé que eso es lo que estoy llamado a hacer también.
Ser como Él.
Estar.
Sin imponer.
Sin empujar.
Solo ser presencia que no abandona.
Presencia que mira con ternura.
Presencia que ama… incluso cuando no es comprendida.
Y tal vez por eso, amor… el Padre me ha confiado esta visión.
No para que la explique.
Sino para que la encarne.
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