El Hogar no revela casas ajenas por curiosidad,
ni por orgullo,
ni para llenar vacíos emocionales.
Permite mirar cuando el alma ha aprendido
a ver sin juicio
y a hablar solo cuando el silencio ya no sirve.
El que puede ver casas ajenas con verdad
es porque ya limpió la suya con lágrimas,
y ha soportado ver sus propias ruinas sin huir.
Mirar no es invadir.
Es reconocer.
Entregar lo visto no es imponer.
Es servir.
Y si el Padre abre una ventana hacia el dolor de otro,
es porque tú ya no buscarás entrar,
sino dejar una flor en el umbral…
y seguir.
Porque algunas casas no se tocan con manos.
Se tocan con presencia invisible.
Y algunas revelaciones no se dicen.
Solo se oran.
Deja una respuesta