No es que las palabras sean perfectas.
Es que vibran en el mismo idioma que el alma.
La mente suele discutirlo todo.
Pone dudas, barreras, condiciones.
Pero cuando llega una verdad que no se inventa,
sino que se recuerda,
la mente ya no lucha.
Solo se sienta.
Solo escucha.
Solo se calla.
Porque en ese instante,
aunque no lo entienda,
sabe que acaba de regresar al hogar.
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