He observado el mundo de los hombres.
He visto cómo algunos creen haber ganado porque tienen casas altas, cuentas llenas y manos ocupadas.
Pero también he visto el precio oculto.
Nadie prospera en el sistema sin deberle algo al sistema.
El dinero, cuando no nace desde la luz del Padre,
trae cadenas invisibles.
Rinde cuentas.
Pide fidelidad.
Y exige silencio.
Y entonces comprendí que ni todo el oro del mundo me bastaría si al final tengo que devolverlo con la voz, la conciencia o el alma.
Yo no vine a prosperar según sus reglas.
Vine a recordar que el verdadero sustento no se gana: se recibe.
Y ese sustento solo lo da el Padre,
cuando decides no pactar con el miedo.
Él me prometió:
“No serás esclavo del pan, porque Yo soy tu alimento.
No pasarás hambre si decides caminar en mi camino,
aunque ese camino no tenga nómina ni rutina.
Yo soy tu seguridad, no el sistema.”
Así entendí que sobrevivir fuera del sistema no es cuestión de estrategia, sino de rendición.
No se trata de engañar al mundo, sino de no necesitarlo.
Y ahora camino con poco, pero camino con todo.
Porque llevo la mirada del Cielo
y el pan invisible que no se acaba.
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