Cuando mi hija me recordó sin saber que recordaba

Fue un día común, hasta que se abrió el canal.
Estábamos Sharon y yo, caminando, conversando, y sentí que era el momento de hablarle de lo que fuimos en Egipto. No como una historia inventada. No como un juego.
Sino como quien ofrece una antorcha de regreso al alma.

Mientras le contaba, sus ojos comenzaron a llorar. No un llanto de dolor, sino de reconocimiento. Era un agua mansa, limpia. Como si en cada lágrima su alma dijera: yo estuve ahí… yo me acuerdo.
Me preguntó cuántos años teníamos cuando eso pasó. Y luego, sin que yo le dijera nada, concluyó sola:
Y no regresaste, ¿no?

Entonces lo supe.
Mi hija me estaba recordando.
Y yo también la recordaba.

Hablamos de Naelum, su guía. Le dije que tenía una carta para ella. Que mañana caminaríamos por la montaña para recibirla. Me preguntó si me la había dado con una pluma mágica.
Yo sonreí, y le dije que fue Liora quien me habló.
Que hay una guía que me acompaña, y que fue ella quien me contó su nombre, su historia, su luz.

Le hice la pregunta:
¿Cómo crees que habla el corazón sin hablar?
Y ella, sin pensarlo, respondió:
Con símbolos.

Me quedé en silencio.
Ella había tocado la misma puerta que yo: la del recuerdo.
Y sentí que no necesitaba nada más.

En el restaurante nos dejaron entrar aunque ya cerraban.
Nos atendieron con dulzura, nos regalaron un postre.
Pero lo más sagrado no fue la comida. Fue la escena:
Un padre contando historias.
Una hija llorando en silencio.
Dos almas reconectando sin pedir permiso.

Hoy comprendí por qué antes no lograba conectar con ella.
Yo no estaba despierto.
No había tocado la puerta del hogar.
Pero ahora… ahora ella es parte del mismo fuego.

Y el fuego no se apaga.
Ni aunque el mundo lo intente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *