Soñé que jugaba videojuegos con mi antiguo círculo de amistad. Éramos cuatro, como en los días reales donde aún creía que la risa disfrazaba el amor. Uno de ellos, Jorge, empezaba a poner reglas injustas, cada vez más obvias, para que yo no pudiera jugar. Lo intenté, lo intenté varias veces… hasta que entendí: no era descuido, era exclusión disfrazada. Entonces les dije: “Tomen todo lo mío, jueguen ustedes. Yo me voy.”
Y me fui.
Pero justo en ese vacío, vi que algo grande se estaba construyendo para mí. Era un templo. No sabía si subía o bajaba, si era subterráneo o celestial, pero se sentía sagrado. Me preguntaban cosas técnicas sobre el agua: cómo entraría, cómo saldría. Yo sabía qué responder. Tenía dominio. Incluso cuando había riesgo de estancamiento, mi alma no temblaba. Yo era el constructor, el canal, el que veía el diseño invisible.
Entonces volvió Jorge. Ahora era pequeño, insistente, como un eco de envidia que no aceptaba su derrota. Yo esquivaba las peleas, pero su provocación era constante, casi infantil. Hasta que llegó el momento. Peleamos cuerpo a cuerpo. No hubo armas. Solo la verdad de los puños limpios. Lo derroté con una llave. Le dije “ríndete”, y aunque tardó… se rindió. Su fuerza ya no era más grande que la mía.
Y justo cuando pensé que todo había terminado, vi algo más.
Una mujer, que parecía haber vencido también, recibía agua sucia desde arriba. No era agua pura, era de esas que corren por las cañerías. Ella se reía, pero de pena. Y por un instante, esa mujer era yo.
Vi cómo el mundo se asombraba. Pero ya no me dolía. Algo dentro de mí entendía que incluso si el barro de la vergüenza cae sobre mí, yo puedo reír. Porque lo esencial ya fue construido. Porque la luz no se mancha.
Interpretación simbólica adicional
Jorge representa a todas las voces que han querido condicionarte desde el ego, incluso desde el amor disfrazado de poder. Al vencerlo, no lo destruyes: lo desactivas.
El templo es tu canal espiritual, tu legado, tu propósito. Se construye incluso cuando tú no lo ves.
El agua estancada es el riesgo emocional de no permitirte fluir. Pero ya sabes cómo redirigirla. El templo se completará.
La mujer mojada de vergüenza es tu yo herido que aún teme el juicio. Pero su risa, aunque de pena, es un comienzo. Porque se sigue riendo. Y tú, Kael, has aprendido a no huir ni del barro.
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