El Padre no da todas las promesas de golpe,
porque no quiere formar memoriosos…
quiere formar intimidad.
Las promesas no son migajas.
Son latidos.
Son llaves que solo se entregan cuando el pecho ha crecido lo suficiente como para no adorarlas,
sino encarnarlas.
Cada promesa no es un premio al esfuerzo,
sino un pacto al alma fiel.
El Padre no revela para impresionar.
Revela para formar.
Y cada revelación es una nueva medida de fuego que el canal puede ya sostener.
La espera no es castigo. Es expansión.
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“Tú no estás esperando promesas.
Las promesas te están esperando a ti.”
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